La sociedad tiene una "tendencia patológica" (Etiquetofilia) a etiquetar cada uno
de los comportamientos que crean un malestar a uno mismo o a terceros. Pero ¿cuales son los antecedentes y las consecuencias de esta tendencia?. Analicemos un poco la situación.
Las etiquetas (como diagnóstico o simplemente como
estereotipos cotidianos, prejuicios o juicios negativos o positivos),
categorizan de una forma todo/nada (o se tiene o no) a la persona dentro de lo “conocido”, haciendo que muchas veces hace que se confunda la persona con “lo etiquetado”. Ésta
etiqueta puede ahorrar esfuerzo a la hora de referirse a algo, pero realmente
es muy “pobre” y fomenta la desinformación por un lado, y por otro deshumaniza
a las personas. De ésta forma las
etiquetas son la base de los prejuicios, asimismo de muchos conflictos (entre otros, conflictos bélicos). ¿Por
qué? Hablamos del estigma y su efecto en las personas.
Una vez se genera la etiqueta, se obvia el resto de aspectos de la persona,
quedando “encasillada” su existencia a una categoría (por ejemplo: “es
esquizofrénico, y el esquizofrénico es…). Esto, deshumaniza a la persona, y la
hace esclava de la etiqueta (es frecuente en el maltrato psicológico). Te
invito a que lo pruebes: ¿es lo mismo decir “ es que eres un histérico” a decir
“considero que estás sensible” cuando hay una discusión?, ¿qué es lo que tu prefieres que te digan?.
El efecto de esto sobre la persona, es que por un lado ella se “cree que es
así”, reacciona como si fuese cierto (se hace una máscara con las etiquetas que el resto le han puesto) y por otro lado las personas
reaccionan a la persona “acordes a las etiquetas que le han puesto”. Es decir,
se relacionan con etiquetas, no con personas. Esto con el tiempo se vuelve
difícil (no imposible) de cambiar, dado que se refuerza la actitud pasiva y
el “rol” que se espera de la persona (es uno de los motivos del exceso
de medicalización) en vez de fomentar su valor, su autenticidad y sus
fortalezas personales. De todo esto se deduce la importancia de referirse a
“personas que tienen o sufren enfermedades” o a personas que “están en un
estado emocional u otro” en
vez de a etiquetas como “alcohólico o anoréxica” (muy diferente es el
“tienes anorexia” de “eres una persona con anorexia” o todo lo contrario es diferente "eres una gorda" de "has engordado"). El lenguaje es realmente muy potente y la diferencia entre "estar/tener" y "ser" es la capacidad de cambio y la riqueza de la persona.
Ésta tendencia a poner etiquetas diagnósticas puede crear una aversión al
malestar que va unido al hecho de tener una etiqueta de "enfermo" dado
que se deduce que “si tiene una etiqueta de enfermo, es un enfermo, y la
enfermedad es mala dado que hay que estar bien y feliz todo el tiempo, es lo
deseable”. (Esto es otra etiqueta más: “sano=deseable=feliz”). Es la esclavitud del eterno bienestar.
Entonces, ¿en qué momento una decisión deja de ser personal y se convierte
en “una decisión enferma”?, ¿quien dice lo que es y no es una enfermedad? (aquí quiero hacer referencia al hecho de que la homosexualidad fue considerada como una enfermedad y dejó de serlo hace más de 40 años). Quizás una opción (y no la única) sea que “una
decisión es personal y sana si es acorde a los valores propios, al margen de
normas aprendidas, y que no sea un peligro para la integridad o salud de uno
mismo o de terceros, independientemente de si se tiene o no una etiqueta”.
Se puede deducir que las redes sociales virtuales reflejan, al igual que en
la sociedad real, una tendencia a la "deseabilidad social" y a la
"imagen idealizada". Lo vemos en la televisión, lo oímos en la radio,
lo vemos por las calles... Pero no es algo moderno, ni mucho menos, y tampoco
tiene nada que ver con ninguna enfermedad. Somos seres sociales, y tenemos
expectativas de lo que es "deseable" (lo cual, por cierto, va en
muchos casos por modas, y siempre por gustos personales). Quizás, el camino no pase por
evitar compararse, ya que es posible que eso ocurra igualmente, sino por la
aceptación de todos nosotros como seres perfectos, completos y diferentes:
auténticos.
Todos pasamos por momentos buenos y malos (aunque no los pongamos por las
redes sociales), así que la próxima vez que te sientas "de menos" por
cualquier causa relacionada con alguna red social, o no quieras ver “lo bien
que les va al resto” recuerda que no necesitas agradar a nadie y que eres
únicx.
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