Esta historia transcurre en un bosque cerca del mar, en el
que una madre de oso dio a luz a un osezno. El osezno nació feliz, y al poco
tiempo, ya comenzó a jugar con sus amigos, correteando por el bosque y jugando
con pequeños animales, siempre sin hacerles daño. Le encantaba pasar el tiempo
arropado por el calor de su madre, y estar con ella todo el tiempo posible.
Cuando salía a jugar, siempre estaba la madre vigilando para que al osezno no
le ocurriera nada malo, y así viviera una vida lo más feliz posible. Pasados
los años, el oso tuvo que aprender a cazar peces, dado que iba haciéndose
mayor, pero le daba miedo el agua y nunca aprendió a nadar. Ese día, intentando
cazar un pez desde la orilla, se cayó y se dio contra una roca. Fue a que le
curara su madre y desde ese día, no volvió a acercarse al agua. Su madre se
ofrecía a llevarle encima de ella para cruzar el río y le decía que no tenía
porque meterse al agua si no quería. Mientras iba encima de su madre, se
imaginaba los peligros que podría esconder el agua.
El osezno se fue haciendo mayor, y su madre ya no podía
traer comida, ni mucho menos llevarle encima. El hijo quería encargarse de ella
y cuidarla, por lo que tenía que buscar comida, pero no podía acercarse a los
ríos, ni siquiera a los charcos debido a su miedo, pensaba que el agua podría hacerle
daño o llevarle hasta el mar y además no quería disgustar a su madre, que
estaba mala. Él veía que los peces que iban al mar no volvían, la corriente les
llevaba. Tampoco podía cazar porque no sabía cómo se hacía, y no quería hacer
daño a nadie. Pasado un tiempo, el oso estaba muy hambriento, dado que solo se
alimentaba de hojas y ramas que había por el suelo.
Un día, le vio un gran oso, ya bastante mayor, al cual le contó todo: como evitaba los charcos y los ríos, como se escondía de la lluvia, etc. Éste se quedó absolutamente en silencio y le empujó a un charco que había cerca. Él se enfadó con el viejo, pero le perdonó porque pensó que sería un accidente. Por la noche, soñó que pisaba un charco, y al pisarlo se hundía más y más, parecía no tener fondo. Por la mañana se despertó alterado y salió a despejarse un rato. Ese día también saludó al viejo, el cual volvió a empujarle contra otro charco, que estaba un poco más crecido que el de la otra vez. El oso salió empapado, y quedó tenso, bloqueado, sin saber lo que decirle debido a la rabia que tenía. El viejo, no dijo ni una palabra, como de costumbre, esperó a que el oso dijera algo, pero al no decir nada, el viejo se fue.
Esto pasó un día y otro, hasta que en una ocasión, pasado el
tiempo, vio al viejo al otro lado del
río, y con toda la rabia acumulada que tenía corrió a decirle lo que, por fin
estaba preparado para decirle. Atravesó el río con todas sus fuerzas, sin
pensar en nada, solo en el viejo y en la rabia que sentía, apartando a los
peces con las garras mientras la corriente le arrastraba, finalmente y tras un
buen rato, llegó donde estaba el viejo ¿Querías decirme algo, hijo? Dijo el
viejo. El oso se mantuvo en silencio un rato. "Gracias", dijo el oso finalmente,
abrazando al viejo.
Dibujos: Café aguado, bolígrafo y tempera. (José Manuel Calzada Peral)
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